El pueblo se nos caía encima.
Nunca creí que pudiese desear la llegada de la lluvia, pero lo hice durante esas tardes eternas de sol inclemente en las que el único espectáculo ante nuestra casa eran la carretera polvorienta y los perros abandonados.
Mamá, aunque intentaba sonreir y bromear todo el tiempo que estaba conmigo, se desesperaba los fines de semana, y si me acercaba en silencio la sorprendía en la mecedora del porche, balanceándose despacio y el sudor confundido con las lágrimas.
Yo me sentaba en los escalones de la entrada y regalaba horas muertas al horizonte amarillo y azul, esperando ver la nube de humo de tu furgoneta... pero solo veía los pájaros oscuros que traían a mi recuerdo el sabor de aquel único beso.
Una tarde apareciste, trayendo un cargamento de mazorcas de maiz y cabezas secas de girasol.
Mamá reía alborozada como una muchacha, "¡pero que vamos a hacer con todo esto!" exclamaba mientras tú bajabas los sacos. Entre los tres acarreamos todo hasta el granero, luego mamá se marchó diciendo:
"Os dejo solos, los chicos tendreis cosas de que hablar"y dirigiéndose a ti en tono confidencial añadió "llévale a dar una vuelta, pasa las tardes sentado mirando el campo, ¿a quien querrá ver aparecer?"
..de pronto nos quedamos solos en la penumbra, rota tan solo por los rayos de luz que se colocaban oblicuamente entre las tablas de las paredes, y en los que las motas de polvo danzaban como si tuvieran vida propia.
Nos separaban tres pasos de distancia, pero de pronto parecía haber un universo entre los dos.
Llevabas un mono azul y la cremallera, demasiado baja, dejaba ver un triángulo sudoroso de tu pecho.
No esperé porque no había tiempo, de pronto sentí que el tiempo se agotaba, Posé mi mano en ese trozo de piel, sobre tu corazón, y la cubriste con la tuya, mirándome directo a los ojos. Después tu mismo empujaste poco a poco mis dedos hacia abajo, siguiendo la linea humeda y oscura de vello que bajaba de tu ombligo... por un momento me pareció que la palma de mi mano dejaba un rastro irisado y brillante sobre tu cuerpo, como la huella de un caracol, como si se tratase de un truco de magia increible y fantástico.
Me detuve en el borde de tu ropa interior y luego, en vez de seguir bajando, rodeé tu cintura y te atraje hacia mi, hasta dejar tu boca a un instante de mi boca.
"Has tardado en venir"
"Me estabas esperando..."
"Me parece que hace toda una vida ya..."
A partir de ahí, todo transcurrió como en un sueño.
La pasión imponiéndose a la ternura, tú moviéndome a tu antojo, desnudando poco a poco mi cuerpo, tan blanco y pálido entre tus brazos morenos...
Nuestras manos volando, deseando estar en todas partes a la vez, hablando por nosotros, reemplazando palabras por caricias...
En algún lugar profundo de mi consciencia una voz me recordaba que mi madre solo estaba a unos metros de ahí, que en cualquier momento podría aparecer para ver si nos ocurría algo, pero a todo aquello se sobreponía tu calor, tu sabor, tu olor y el susurro ahogado de tus labios junto a mi oido.
"Voy a hacerlo... quieres que lo haga..."
No necesitaste la respuesta, me diste la vuelta haciéndome reclinar sobre un viejo arcón de madera y un instante despues tus dedos entraban en mi interior, arrancándome un quejido.
"Ahora voy yo..."
Sabía que dolería, pero no tanto. Apreté los ojos fuerte intentando inutilmente retener las lágrimas. Tú, que lo sentiste, detuviste tu avance un momento para preguntar "¿te está doliendo mucho?" Yo sacudí la cabeza negativamente dispuesto a aguantar, lo iba a hacer por ti, sabía que había algo más allá de aquel dolor y estaba dispuesto a recorrer el camino completo.
....en un momento dado, una resistencia cedió y algo empezó a fundirse en mi interior.
En ese instante el granero desapareció y nos quedamos los dos flotando entre rayos luminosos, perdiendo de vista el mundo de los hombres y de las cosas... tu empujando más fuerte, más deprisa, y yo deshecho, entregado, reducidos mente y cuerpo a un foco de luz y calor que crecía y crecía, anulándome por completo, hasta llenar la oscuridad de una cegadora claridad blanca.
De pronto, todo estaba en silencio y yacíamos los dos en el suelo, abrazados y sin aliento.
De pronto, todo estaba claro.
Yo era tuyo, y tu eras mío.
(sigue)