Saturday, November 10, 2007

AMOR, AMOR, AMOR ( 7 ):Una historia de amor desmedida, salvaje y desaforada.



El garaje se convirtió en un nuestro rincón secreto.
A veces llegabas por la noche y yo me descolgaba por la ventana para ir hasta allí de puntillas y en pijama…
Muchas veces fingiamos marchar con la furgoneta pero solo nos alejábamos lo bastante para no ser vistos y esperar a que mi madre se marchara de casa. Esos minutos los pasábamos envueltos en la deliciosa ansiedad del deseo, nuestras manos volaban sobre el otro como pájaros torpes y asustados, sin cansarse de tropezar una y otra vez, tocando, acariciando, desfallecidos por las ganas de tenernos.
Cuando al fin veíamos alejarse el coche de mamá, volábamos de vuelta a la casa, aparcabas de cualquier manera y competíamos para ver quien llegaba primero…
…una vez se cerraba la puerta tras nosotros, desaparecía de repente toda urgencia. Extendiamos una vieja manta militar en el suelo y empezábamos a desnudarnos, con exquisita lentitud, con inmensa ternura, besando cada nuevo espacio de piel descubierta, maravillándonos de nuestros cuerpos y de la energía, del amor en estado puro que corría por nuestras venas como un interminable torrente.
Sí, era interminable porque jamás quedábamos saciados, nunca era bastante, y además cada vez era mejor, más perfecto, porque aprendimos uno a uno todos los rincones que guardaban nuestro placer, los resortes ocultos que bajo el contacto de nuestros labios o nuestros dedos abrían una y otra puerta que nos llevaba a algo áun más bello y mejor.
El tiempo se suspendía allí dentro.
Cuantas veces oimos regresar el automóvil y continuamos allí abrazados en esa penumbra, los cuerpos pintados de rayas luminosas por los haces de luz que se filtraban por las rendijas de las paredes y el techo, y constelaciones de motas doradas de polvo flotando sobre nosotros…
…si, el tiempo se suspendía, y aprendí el concepto de eternidad entre tus brazos…



Un dia me llevaste a la balsa.
Era un mediodia especialmente sofocante, el calor hacía ondular los campos amarillos en torno a nosotros y ni siquiera las habituales bandadas de pájaros se dejaban ver a pleno sol.
Como siempre, corríamos en tu furgoneta, por una carretera y después por otra, hasta que yo perdía el sentido de la orientación y dejaba de intentar saber donde nos encontrábamos.
“Te voy a enseñar un sitio alucinante” anunciaste de pronto.
“Tiene que ser alucinante de veras. Desde que he llegado aquí creo que no he visto más que lo que estamos viendo en este momento. Media docena de árboles juntos ya me van a parecer alucinantes.”
Me diste un amistoso puñetazo en el hombro, riendo.
“Verás como te gusta. Además tiene de especial que, hasta que no estás allí, no sabes donde está”.
Giraste repentinamente por un camino de tierra rodeado de altas hierbas resecas, primero a la derecha y luego a la izquierda, con el gesto de quien tiene una gran sorpresa reservada y no quiere desvelarla.
“Ahora, ¡atención!..”
Volviste a girar, esta vez para introducirte en una senda pedregosa que hizo dar aparatosos botes al vehiculo. Iba a decir algo a propósito del estado del terreno cuando de pronto, como a la seña de un prestidigitador, lo muros de hierbas se abrieron inesperadamente y allí, en medio de un amplísimo claro de tierra y piedras, apareció tu sorpresa.
“Esta es la balsa”, dijiste frenando en seco.
La balsa era una charca grande, casi una pequeña laguna, de bordes redondeados y aguas en perfecta calma que reflejaban el cielo con tanta fidelidad que uno podía creer que se trataba de un trozo del azul mismo que había caído en aquel lugar perdido y abandonado. Su mera existencia en medio de esa aridez constituía en si misma un milagro.
“Los viejos la llaman “el ojo del cielo””, me explicaste satisfecho por mi asombro.
“¿Y de donde sale esta agua?”
“Me explicaron algo de corrientes subterráneas o algo asi…pero bueno, lo que importa no es eso. No hace falta buscar un porqué a las cosas para disfrutarlas, chico de ciudad.”
Bajaste de la furgoneta y corriste hasta una enorme roca blanca y plana que había en la orilla.
“¡Vamos! ¿Vas a quedarte ahí dentro sudando?”
Con absoluta naturalidad te despojaste de las zapatillas y la camiseta, luego te detuviste en la cintura de tus vaqueros y sonreíste con picardía.
“Mueve ese culo”, gritaste.
Empleando movimientos premeditadamente lentos abriste la cremallera de tus pantalones y tiraste de ellos hacia abajo, hasta que quedaron hechos un montón en el suelo con el resto de la ropa.
Me senti incapaz de mover un músculo, anonadado ante la visión de tu cuerpo casi desnudo bajo el sol del mediodía.
“Vamos” dijiste ahora en voz más suave “Ven conmigo…”
Casi sin aliento baje yo también del vehiculo y recorrí los escasos metros que nos separaban como a cámara lenta, hasta situarme frente a ti sobre aquella plataforma de piedra.
Como siempre, sonreíste, me acariciaste ligeramente la barbilla y empezaste a desabotonar mi camisa, muy despacio. Yo permanecía inmóvil en un estado extraño en el que de pronto era mucho más consciente de todo lo que me rodeaba, los estímulos se agrandaban y se centuplicaban, de forma que cosas que en otro momento podría haber pasado por alto se me aparecían con una claridad meridiana: la suave curva que dibujaban tus pestañas al final de tus párpados…el zumbido de los insectos a nuestro alrededor…el tenue aroma de tu cuerpo, excitando mis sentidos…
Una gota de sudor empezó a rodar lentamente desde la base de tu cuello y casi pude escuchar el susurro de su roce contra tu piel, surcando tu pecho y navegando hacia tu cintura.
Tus manos temblaron ligeramente al empezar a forcejear con el cierre de mi pantalon.
“Joder” me dijiste al oído “..échame una mano, me estoy achicharrando los pies encima de esta puta piedra…”
Rompimos los dos a reir, entonces tú te quitaste de un tirón los calzoncillos y saltaste al agua de inmediato, ofreciéndome una momentánea visión de la blancura de tus nalgas. Sin pensarlo, me quité el resto de la ropa y salté detrás de ti, al grito de “¡Alla voy!”
El impacto contra el agua helada me dejó casi sin aliento, la balsa era mucho más fría y profunda de lo que yo me esperaba. Giré un par de veces sobre mi mismo sin saber donde estaba el fondo y el cielo, hasta que tu mano sujetó la mía y me atrajo hacia ti. Salimos juntos a la superficie, allí me encontré con tus ojos.
Me arrastraste al borde de la balsa, donde tocábamos fondo con la punta de los pies, luego sujetaste mi rostro entre tus manos y, sin decir nada, me besaste como sabias hacerlo, con la ferocidad y pasión a la que me tenías acostumbrado.
Allí, de pronto, tu cuerpo contra el mío, tus labios en mis labios, en mi cuello, me sentí en un lugar aparte, como dos animales extraños y salvajes que ocupasen el único lugar del mundo, el único refugio en el que podían guarecerse.
Quise decirte, “que tenemos ahí fuera, que nos queda allí para poder vivir tu y yo”, pero no dije nada, apagaste mis palabras con lo dulce de tus besos.
(sigue)

4 comments:

hermes said...

Angelito, lo cuentas con tanta intensidad que he podido oler la vieja manta militar, sentir el frio del agua de la balsa y un montón de cosas más.....

Un abrazo

Dalia said...

perfecto amigo.

Mar del Norte said...

Te admiro..
1beso

Rosa said...

En verdad veo cada escena como en una película. Y sí, como dice Hermes, lo cuentas con una intensidad... que por unos instantes he sentido el calor de la piedra en mis pies.

Un beso